viernes, 23 de diciembre de 2011

AL FIN... NAVIDAD !!!

Ya se aacerca esta época del año en la que lo único que esperas es tener regalos bajo el árbol...
Por favor no hagais eso.
No penseis solo en los regalos, si no en la alegría de estar todos juntos en familia, de quererse, de cantar villancicos de comer hasta rebentar... Quizá eso es lo más bonito de la NAVIDAD porque te juntas con muchísima gente (en familia o con amigos) y lo único que hay en el ambiente es amor.
Por eso desde mis 384 400 km de distancia os deseo...

UNAS FELICES NAVIDADES Y UN PROSPERO AÑO NUEVO

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Historia narrador cambiado

                                      Yo
Trabajo en una mina de diamantes muy abundante; me apasiona ver tantas piedras preciosas de diferentes colores; además, me apasiona trabajar con mis compañeros que da la casualidad de que también son mis compañeros de casa.
Ese día, llegaba a su fin, entonces el más sabio de todos nosotros decidió que nos teníamos que ir a casa. Íbamos caminando en fila india, con nuestras herramientas pesadas, de vuelta a casa. Yo, quizás, era el más pequeño de todos o el más joven, depende del punto desde donde lo mires, e iba de último en esta fila. Las ropas que llevaba me quedaban anchas y eran largas y las manos no asomaban por las mangas de mi camisa.
De repente, choqué con mi compañero de delante. La fila se había detenido. Ya habíamos llegado a casa, pero había algo que a mi amigo Sabio le inquietaba. Las cabezas de mis amigos me tapaban, a pesar de nuestra común y baja estatura. No podía preguntar lo que ocurría, ya que no tengo voz, pero, al fin, la fila comenzó a avanzar. A medida que nos acercábamos a casa, yo veía que de la chimenea salía un humo de color grisáceo. Alguien había entrado sin permiso.
Entramos en la casa, aún estábamos en fila, y el primero de todos le dijo al segundo: “¡SHHH! A continuación, este, se lo repitió al de atrás y así a continuación, y a continuación, y a continuación… Es decir seis veces hasta llegar a mí, el último. Yo, imitando a mis compañeros mayores, lo repetí: “¡SHHH!” Pero no había nadie detrás.
Nos acercábamos a la cocina y todos exclamaron: “¡UMM! ¡Huele a sopa!”
Había un puchero en la chimenea sobre un fuego de color amarillento. Yo, me acerqué y, con un sonido ruidos, aspiré todo el aire que podía contener en mis pulmones y pensé lo mismo que todos mis compañeros: “¡UMM! ¡Huele a sopa!”
Mientras, mis amigos, recorrían la cas quejándose continuamente:
-“¡No hay una mota de polvo!”- dijo Sabio
-“¡Tampoco telarañas!”- dijo Gruñón
-¡Alguien lo habrá limpiado!”- volvió a decir Sabio, aun mas enfadado.
Yo, lo único que hacía era seguir a Sabio de brazos cruzados y asintiendo enfadado como él.
Se nos ocurrió subir las escaleras; estas, eran de madera, y cuando las pisábamos, crujían. Yo seguía siendo el último de la fila, y todos los “¡SHHH!” de mis compañeros caían sobre mí, pero yo no entendía muy bien porque me echaban la culpa a mí.
Llegamos a  nuestra habitación común. Todas nuestras camas estaban pegadas y en ellas dormía una hermosa doncella blanca como la nieve y don pelo negro como el azabache. Nunca había visto a nadie tan hermosa.
Nos asustamos ya que la muchacha se estaba despertando. Yo abrí la boca para estornudar mis compañeros rápidamente me taparon la nariz para evitar el estornudo; estos, se tranquilizaron al ver que se me pasaron las ganas pero nada más separar sus dedos estornudé con toda la fuerza del mundo. La muchacha se despertó. Nosotros nos escondimos bajo la cama pero como la muchacha era más alta que nosotros, nos vio y se asustó como nosotros al verla a ella.
No sabíamos que hacer. Ella comenzó a sonreír y nos empezó a hablar con la voz más melodiosa que haya oído nunca, y nos dijo
-“¿Son ustedes los dueños de la casa?”
Todos asentimos sin decir palabra.
-“¡Oh! Lo siento, no lo sabía pero es que estaba tan cansada.-
Seguíamos sin decir nada entonces ella nos preguntó.
-“¿Tienen nombre? Un momento déjenme adivinarlo”
Como si se tratase de un juego fue adivinando cada uno de nuestros nombres excepto el mío. Me pidió ayuda para que se lo dijese, pero cuando intente decírselo de mi boca no salieron palabras. Entonces mis amigos se rieron y le explicaron por qué no se lo había dicho. Ella se rió, y yo me puse de un color rojo chillón y todo el mundo se río, incluso yo.
Iban pasando los días y, a cada día que pasaba queríamos mas a nuestra Blancanieves. Pero un buen día que llegábamos de trabajar, esperando como siempre la sonrisa de Blancanieves en la puerta, no la encontramos. Encontramos a Blancanieves en el suelo muerta.
Fue el día más horrible de mi día. Llore mucho.
Como sabíamos que no iba a despertar decidimos hacerle un féretro muy bonito, de cristal, y la colocamos a ella en el interior, en el bosque; y, alrededor de ella llorábamos su muerte.
De repente un joven y apuesto muchacho llegó. Abrió la tapa del féretro y le dio un beso. Esta inmediatamente abrió sus ojos y los míos, que aún les caían las lágrimas, dejaron de echar lágrimas de sollozo y echaron lágrimas de alegría. Comenzamos todos a brincar porque por una vez más habíamos visto su bonita sonrisa en sus labios, que estos terminaron besando mi cabeza que se volvió a poner de un rojo chillón

sábado, 5 de noviembre de 2011

Mis primeros recuerdos en la escuela

Yo empecé el colegio cuando tenía 3 años en el colegio de las Mercedarias. Mi primera profesora fue una monja muy amable, aunque ella ya era mayor. Ya no recuerdo si había llorado aquel día pero seguramente sí, como cualquier niño o niña de 3 años que lo separan de su madre y lo llevan a una clase de niños desconocidos; además, te dejan solo con una señora vestida con un jersey y una falda de color azul marino y con “una cosa rara” encima de la cabeza, la toca propia de las monjas. Quizá el primer día de la escuela, para un niño pequeño, es el día más horrible que puede haber.
No recuerdo muchos días, pero poco a poco, yo sabía que no iba a haber más días de sol; todos y cada uno de ellos eran de un color grisáceo, y yo tenía que llevar ese chaquetón con el que tan incómoda me sentía.
Se acercaba el tiempo de Navidad y un día llegué a clase y me encontré con un portal de Belén lleno de brillos y de colores llamativos, donde todos mis compañeros se amontonaban para poder verlo.
En mi colegio había clases por la tarde, y un día, nos llevaron al salón de actos. Iba asustada, agarrada a mi madre y siguiendo a mis compañeros de clase. Quizá, ya me había dado cuenta de que algo no era normal cuando mi profesora dejó pasar a las madres a nuestra “gran” clase. Cada vez nos acercábamos mas al salón de actos donde se oían canciones navideñas: villancicos. Íbamos por pasillos oscuros y, de repente, llegamos a una puerta de donde salía una luz amarillenta. Entré allí agarrada a madre… Y los vi. Allí sentados estaban los Tres Reyes Magos, sus majestades Melchor, Gaspar y Baltasar. Nos habían llevado a hablar con ellos. La ilusión de todo niño, poder hablar con las tres personas que te traen regalos, sin saber muy bien por qué; pero, quizás, ese no era mi sueño todavía. Para mí, eran tres desconocidos, con barbas largas, acicaladas y llenas de rizos; además de gordos, lo cual, me impresionó. Me sentía el ser más indefenso frente a ellos. Me asusté, y como consecuencia, agarre a mi madre, con toda la fuerza que un niño de tres años puede tener, y me puse a llorar desconsoladamente. Finalmente conseguí sacarme una foto con Melchor; él me obsequió con caramelos, pero, frente a él, me había quedado muda.
Pasaban los días y poco a poco se iban haciendo más alegres. Cuando iba al colegio siempre había alguna mariposilla revoloteando por allí y, a mí, me sorprendía mucho verlas. Hasta que, por fin, un día llegó el verano y se acabaron las clases.
No me acuerdo del último día de clase. Quizá no fue muy especial, pero todos me decían: “¡Que mayor, ya! ¡Ya vas a ir a cuatro años!”. Pero yo, en realidad, me seguía sintiendo pequeña frente a un colegio tan grande.


jueves, 13 de octubre de 2011